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El cliente siempre tiene la razón.

 

El cliente siempre tiene la razón. Esta es una frase que todos aprobamos dependiendo de la posición en la que nos ubiquemos. Si somos clientes, veremos esta frase a nuestro favor; y si somos proveedores de algún producto o servicio, creeremos que colocarla en tela de juicio no sería mala idea. Esto viene desde posturas relacionadas con el dinero, calidad, valoraciones del producto y una infinidad de atributos que pueden negociarse en una encrucijada donde alguien tiene que tener la razón.

El área del diseño y el marketing no queda excluida de esto, ya que los diseñadores atraviesan seguido cuestionamientos y cambios en sus diseños, lo cual varias veces cae mal a quienes diseñan porque invierten tiempo en presentar un producto visual que puede caer en innumerables cambios propuestos por el cliente, lo que lleva a que el trabajo se extienda más de lo requerido. Es aquí donde en varias oportunidades los diseñadores se frustran y caen en hacer exactamente las cosas como el cliente lo pide o en abandonar el proyecto.

En los tiempos actuales, donde la era de la imagen ha llegado para invadirlo todo, nos encontramos con clientes que tienen un amplio acceso a imágenes y diseños de todo tipo, lo que los dota de cierto criterio que quieren imitar o replicar en sus pedidos de diseño. No todos los casos son así, porque por otro lado, existen clientes que quieren algo totalmente nuevo, nunca antes visto. Hay pedidos de clientes que suelen sonar simples de resolver al inicio y complejos de concretar por no dar en el clavo.

A través de los años que tengo de experiencia, logré detectar una serie de factores que hacen que esta relación cliente-diseñador se torne tóxica y estresante, en la que ambos son partícipes de avivar este contexto feo o uno de los dos apagar estas llamas.

El diseñador no es el cliente.

En reiteradas ocasiones, los diseñadores tendemos a enamorarnos del proyecto del cliente y a hacerlo propio, ya sea porque estamos afín al producto que se vende o por el simple hecho de que lo tomamos como un desafío personal hacer que salga «perfecto». Esto es un error, y tenemos que entender que no es nuestro producto, no es nuestra empresa, no somos dueños y sobre todo, no hacer de más si hay una orden objetiva que se nos ha pedido. El cliente conoce mejor que nosotros su producto y sabe lo que le ha resultado y lo que no a la hora de venderlo. Es por eso que tener una escucha activa y una distancia emotiva es lo mejor en el caso de un diseñador que quiere lucirse con un diseño que no le pertenece.

El diseñador filtrado por modas.

Las modas pasan, pero las empresas deben sostenerse a pesar de las modas, y esto el diseñador debe entenderlo. Las tendencias no van siempre para todos los clientes, y esto es bueno que lo comprendan tanto los diseñadores como los clientes. El diseñador debe atender a la necesidad del cliente y, en base a esa necesidad, diseñar de manera efectiva entendiendo qué quiere comunicar y a quién. Si el cliente quiere algo que está de moda, volvemos al punto anterior, se lo proponemos y lo hacemos, tal vez él está viendo algo que nosotros no. No todas las ideas de los clientes son malas, por eso no hay que desechar nada de lo que nos aporten. Lo que nunca hay que sacrificar por no estar de acuerdo con la moda o por estar de acuerdo con ella es la calidad gráfica; ella tiene que estar presente siempre.

El ego del diseñador.

Esta es la parte donde el diseñador se toma personal los cambios del cliente y cree que el cliente no valora su esfuerzo, su trabajo, sus horas de estudio y su experiencia. La realidad es que el cliente quiere algo y punto. Es maduro que un diseñador no se ofenda por los cuestionamientos del cliente y entienda que esto no deja de ser un negocio, en el cual el cliente paga por algo que quiere que el diseñador haga, y el cliente cobra por sus honorarios. Entendiéndolo así, el diseñador cuida su estima y hace una alianza empática con el cliente y todos felices.

El diseñador rápido y excelente es maltratado.

Este título lo pensé varias veces para entender si es el correcto para esta área, y luego me di cuenta de que sí. El diseñador que trabaja rápido y bien suele ser menospreciado por los clientes porque dicen que si lo hizo rápido y con excelencia es señal de que no le costó tanto, que fue una pavada, que le resultó fácil y que está sobrevalorado. He tenido clientes así y algunos me han planteado que por qué el diseño tiene un costo que no están dispuestos a pagar por el simple hecho de que a mí me demoró un tiempo inferior al estimado. Es aquí donde los clientes tienen que entender que si el trabajo fue rápido y bueno, entonces debería ser más caro y no más barato, porque estamos ahorrando algo muy importante en estos días, y siempre, que es EL TIEMPO y la CALIDAD. Otro punto no menor es que llegar a tener los pedidos en estas condiciones habla de la experiencia del diseñador que lo dotó de la capacidad para desenvolverse de una manera. El diseño que sale rápido, con calidad gráfica y que cumple con los requisitos debería ser más caro, no más barato.

Luego de tanto pensar y analizar los años de experiencia que tengo tratando con empresas de todo tipo, he entendido que uno como diseñador no tiene que buscar ser el más barato, sino ser competente y capacitado con experiencia empírica y profesional, sin negociar la calidad de su trabajo ni el precio, porque un diseñador experimentado con una visión amplia vale por tres que se quejan por los cambios de los clientes y sentir que su ego se daña. ¡El cliente SIEMPRE tiene la razón!

Por Jonatan Quiroga.